Visitar Nápoli en un día fue toda una experiencia. Tomé el tren cerca de las ocho y media de la mañana. Llegar a la estación que queda al lado de la plaza Garibaldi fue como llegar a Ciudad del Este en Paraguay. Parecía un país distinto. La ciudad, cual toda ciudad europea es muy vieja pero es tan sucia que lo parece más todavía. La gente grita más que en las otras ciudades italianas y el acento o la manera de hablar difiere también. Desde los departamentos se ven las ropas colgadas del lado de afuera. En un barcito del centro histórico había un cuadro de Maradona hecho santuario. Decía algo así como Capello Miracoloso di Diego Armando Maradona y Diegum Armandus Gennarino Maradona I. Con cada napolitano que hablaba y que me preguntaba de dónde era, salía siempre la conversación de Maradona. Creo que los ha hecho más felices a los napolitanos con los scudettos que a nosotros los argentinos con la copa del mundo. Filippo me contó que la semifinal de Italia 90 se jugó en Nápoli, y que todo el estadio hinchaba para la Argentina del Diego. Via Chiara, San Gregorio Armeno y Via Toledo son las callecitas más simpáticas de Nápoli. En ella hay muchos negocios de venta de comida, de pasta seca y de pesebres. Había algunos artesanos confeccionando sus pesebres en los garajes de sus casas. Me senté a comer una pizza en una plaza y bajé por Toledo rumbo al puerto. Pasé por las galería Umberto I, el ayuntamiento de la ciudad y me senté a descansar en una plaza. Luego caminé hasta el puerto. Hay unas mini playas del lado del puerto, feas por cierto, donde la gente se baña. Pasé por un castillo antiguo, y caminé nuevamente hacia la estación de tren. Antes comí unas verduras cocidas y una pasta en un pequeño restaurant. Cortita la visita a Nápoli, pero me dio un pantallazo de cómo es la ciudad, de cómo son los italianos de la Calabria, que por cierto, en muchos aspectos, se perecen a nosotros los argentinos. Conocer Italia está haciendo que entienda un poco mejor los problemas estructurales que tenemos como país. El sábado, último día en Roma, almorcé en el restaurant argentino nuevamente, pero esta vez no comí el flan pero sí un huevo frito. En la mesa contigua había dos jugadores de fútbol con un representante que, al parecer y según lo que pude escuchar, irían a jugar al Nápoli. Pero como soy un burro para el fútbol no supe de quiénes se trataban. Pregunté luego a los mozos del restaurant pero tampoco ellos sabían, sólo escuché que uno de ellos estaba jugando o había jugado hasta hacía poco en el Munich de Alemania (busqué en Internet y es Sosa). Después de comer fui a ver el Moisés de Miguel Ángel a una iglesia que quedaba allí cerca. Pasé por el Circo Mássimo, caminé por la vera el Trastevere y bajé por via del Corso. A la noche comí unos spaghettis a la bolognesa y luego me fui a tomar unas cervezas. Mañana avión a Sicilia.
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