martes, 29 de junio de 2010

Aller Aller Saint-Tropez





































Hice mi valija y saqué el tren que me llevaría a San Rafael, para luego tomar el bus que me llevaría a Saint-Tropez. El tren bordea toda la costa. Desde la ventana se ve el azul profundo del mar, el azul más suave del cielo y delgadas costas de piedra y también de arena. Continué leyendo Cien Años de Soledad, me gusta leer cuando viajo. Alternaba la lectura con la vista de los azules desde la ventana. A los diez minutos de llegar a la estación de tren salía el bus a Saint Tropez, pero no sabía cómo llegar hacia la salida del bus. Subí, bajé, pregunté, volví a subir, pero no llegaba a ningún lado. De repente otros chicos estaban como yo, perdidos, me preguntan si sabía dónde era la salida del bus. Les dije que no sabía pero que me uniría a ellos para encontrarla. Éramos siete personas juntando estrategia, preguntas e instinto para llegar al bus que salía en 10 minutos. Lo encontramos. Durante el viaje continué leyendo el libro. Rodolfo me esperó en la terminal. Me explicó cómo ir a las playas de Ramatuelle, me puse el casco y me fui a la playa. Antes de salir, vi como los invitados de la inauguración del local de Louis Vuitton llegaban vestidos al evento. Volví a Saint Tropez, pasé por el Blanc Bleu y junto a Rodolfo nos fuimos a tomar un rosado a su casa. Salimos a comer una pizza por allí por el casco antiguo, Cedric vino con nosotros. Pasamos por un barcito y charlamos con unos italianos y con una griega y luego fuimos a Le Quai, un pub que queda en el puerto. Seguimos tomando vino rosado. Muy divertido el pub, era una onda wild on. Luego del pub nos fuimos a dormir.

Hacia Mónaco en scooter














































































































































































































































































Me levanté y lo primero que hice fue cambiarme de hotel. Pagué y me fui directo a alquilar el scooter que me llevaría a Mónaco. Javi me dio la idea en el cronograma de qué hacer en la costa azul. Lo dudé un poco, yo no soy muy amigo de las motos. Luego de tramitar el alquiler desayuné en Mc Donald´s. Fui hasta informaciones de turismo, hice las preguntas pertinentes, pasé a buscar la moto y allí salí. Todo el trayecto hasta salir de Niza me sirvió para acostumbrarme a la moto. Alejándome de la ciudad y yendo por la costa comencé a sentir el viento que me pegaba en la cara, el sol que se asomaba y acariciaba mis brazos, la velocidad que se siente en el pecho y en corazón (lo máximo que andaba era cincuenta km/h). Pasé por Villefrance Sur Mer, Saint Jean Cap Ferrat y otros pueblitos hasta llegar a Mónaco. Estacioné la moto, anoté la calle en mi cuadernito así como la patente y el modelo para no perderla de vista. Subí una cuesta que todo el mundo subía… a algún lugar me iba a llevar. El castillo del príncipe era el destino de la cuesta. Desde arriba se veía el yatch club de Mónaco y el mar súper azul. Me saqué una auto foto porque sentía el pelo extraño. De terror. El casco había hecho un desastre en mí. Antes de comenzar con las visitas decidí comer, por lo que entré en un barcito y compré un sándwich de crab. Horrible. Intenté comerlo pero luego le saque las lonjas de crab y comí el resto. Me quise hacer el original pero me salió mal. Bueno, hay que intentar y probar para conocer más cosas, no? Entré a la catedral donde se casan los príncipes y donde también los entierran. Como toda iglesia de Francia y para no perder la costumbre, muy comercial. Aquí, además de haber máquinas que te imprimían el recuerdo, había una monjita de blanco que te recibía con una canasta en la mano para que dejes una limosna. Luego saqué unas fotos al castillo pero no entré en él. Bajé a caminar hacia la marina y ver los barcos desde más cerca. En el camino me topé con una estatua de Juan Manuel Fangio, obvio me saqué una foto. Pasando los yates llegué hasta la playa de Mónaco. Piedritas como en Niza, pero más chiquitas. Fui hasta el casino y la ópera que queda uno al lado del otro. La ópera también es de Garnier. Entré a chusmear pero sólo en la antesala. Los autos que andan por las calles de Mónaco son terribles. En fin. Caminando pasé por negocios de Cartier, Hermes, Valentino, Gucci y por el hotel Hermitage, como el de la chiqui. Chequeé la calle donde había dejado la moto en mi cuadernito y emprendí la vuelta. La misma sensación que a la ida. Me daban ganas de gritar y lo hice. Uhuuuuuuu!! Ahhhhhhhhhhhhhhh! A tout à l´heure!!!! Increíble...las fotos que saqué, las vistas. Javi Axe, thanks por convencerme de que venga a la costa azul!! Y María Marta, gracias por decirme que vaya a Mónaco en vez de Cannes!!! Entregué la moto sin ningún rayón y me fui corriendo a la playa. Tomé un poco de sol. Llamé a mi abuelita Emilia que cumplió 87. También hablé con mi hermana que cumplió años ayer. Qué buen día!

Côte d´Azur
























































Llegué a Niza luego de un poco más de cinco horas de viaje entredurmiendo, y leyendo Cien Años de Soledad de Gabriel García Márquez, regalo que me hiciera mi amiga Carla. De la estación de tren me dirigí hacia algunos hostels que había apuntado por Internet pero todos estaban llenos. El hombre aprende por la experiencia, desde hoy reservo. Luego de caminar varias cuadras de aquí para allá, terminé en un hotel de mala muerte, pero de mala muerte mal. Me bañé y salí a caminar. Caminando por la avenida donde pasa el tranvía llegue a la Plaza Massena. Poca gente en la calle en Niza debido a la lluvia. Mi paraguas de cinco euros regateado a tres no resistió a los vientos de Niza que no se asemejan ni un poco al pampero. Pero fueron lo suficientemente fuertes como para dejar mi paraguas todo doblado. Hotel de Ville, Opera y llegué a la playa. Me impresionó el color azul azul del mar. Bueno, por eso se llama Côte D´Azur…cierto? Subí las escaleras y caminé por el tour Belanda. Desde allí arriba se ve toda la costa y la ciudad de Niza. La lluvia comenzó a ser más intensa y mi paraguas, todo quebrado, seguía defendiéndome de las inclemencias del tiempo. Llegué hasta una cascada y hasta un cementerio israelí. Bajé hasta el Cors Saleya atrás del Quai Etats Unis, pero no había ni flores ni mercado… la lluvia lo imposibilitó. Pasé por el Palais de Justice y me volví al hotel a descansar. El hotel no me gusta nada, veré de cambiarme mañana. Luego de la siesta salí a comer al Cors Saleya. Pizza con vino. De allí me fui a un bar pero estaba un poco vacío. Mejor a dormir y a pensar en el día de mañana, con sol por favor.

lunes, 28 de junio de 2010

Bateau en el Sena de noche

























































































































Todavía no había subido a la torre ni la había visto de noche. Todavía no había visitado el Louvre. Para comenzar el día me fui hasta el Pompidou. Subí hasta el restaurant por las escaleras mecánicas. Desde arriba del Pompidou hay una linda vista de París. Mi intención era preparar el Louvre mientras almorzaba en el restaurant, pero preferí bajar y sentarme frente al museo en la calle. Pedí la rueda de cuatro quesos con una copa de vino. Analicé la guía Michelin en lo que anunciaba del Louvre. Hice mis anotaciones y caminé hacia el Louvre. Antes de salir me divertí mirando a un nenito francés espantando a las miles de palomas que se juntan en el costado del Pompidou. Llegando al museo se largó a llover. Saqué mi paraguas regateado de cinco a tres euros y me cubrí de la lluvia. El Louvre es inmenso. Ya me di cuenta que prefiero los museos chicos, concentrados en algún tema. Los museos tan grandes ya me estresan desde el momento en que entro. Mapas, salas, pasillos, nombres, temas, colores. Intenté hacer un recorrido organizado pero no pude. No tengo buen sentido de la ubicación, así que me dejé llevar por donde fuera y cada tanto chequeaba con el mapa y preguntaba a los empleados del museo. Hice las cuatro masterpieces que me había señalado mi hermano. Primero llegué a la Gioconda, pasando por otras obras de pintores italianos como Rafael y Da Vinci. Alrededor de la Gioconda parecía estar la mitad de los asistentes al museo. Justo enfrente están las bodas de Caná de Veronese. Caminé para el otro lado de donde quería ir, por lo que tuve que volver andando para el mismo lado hasta llegar a la Victoria de la Samotracia. De allí era para ir hasta la Venus de Milo pero me fui para el otro lado. Pasé por la parte egipcia y musulmana, rápido hasta llegar a la piedra de Hamurabi. Miré la piedra, me acerqué a ver las inscripciones en ella talladas, y saque fotos algunas traducciones al francés. Esa piedra tan antigua regulaba el comercio, la agricultura y a la familia entre otras cosas. Volví hasta donde estaba la Victoria de Samotracia y bajé para ver la Venus de Milo, o la Afrodita de Milo como bien estaría dicho. Todo esto me llevó dos horas y media. Saliendo del museo descubrí la pirámide invertida. Me hizo acordar al libro Código Da Vinci. Necesitaba un descanso por lo que me senté en un café a comer un sándwiches y a tomar una cerveza, mirando hacia la calle, lógicamente. El hombre que había terminado de tomar su café y de fumar tres cigarrillos uno atrás de otro, se levantó rápidamente y paró una moto taxi. No las había visto nunca. Luego de ponerse el casco, una chaqueta especial y de guardar su maletín en un tambucho cual lancha de astillero, emprendieron viaje. Caminando por las Tullerías en dirección a la torre Eiffel me encontré a Rodrigo, amigo de Nicolas, a quien había visto la noche anterior en una fiesta. Él estaba yendo a ver la pirámide del Louvre. Lo acompañe para luego ir juntos hacia la torre. En la estación George V, allí justo donde está la sede de Louis Vuitton, Rodrigo esperó a Arthur, un amigo carioca que está en París estudiando francés. Juntos caminamos hacia la torre pero fui sólo yo quien la subió. Los chicos se fueron a comprar un vino y un sándwich y se sentaron en los campos de Mars. Yo hice una fila normal…no tardó tanto. Subí a la torre, saqué algunas fotos y volví a encontrarme con los chicos. Igual que el primer día, la torre vuelve a enamorarme. Caminaba mirando todo el tiempo hacia arriba. Y cuando dejaba de mirar o cuando caminaba y dejaba a la torre por detrás, me daba vuelta para volver a contemplarla. Caminamos en sentido contrario a los campos de Mars y cruzamos el Sena. Subimos unas escalinatas y sacamos más fotos. Allí mismo pusieron una pantalla gigante para ver los partidos del mundial. Pasaban Italia Paraguay. Estaba lleno de gente. Dejé a los chicos seguir caminando juntos y crucé el río otra vez para subir a los barquitos para dar un paseo por el río. Ya dentro del barco, antes de zarpar y aún siendo de día, las lucecitas de la torre comenzaron a piscar. El paseo en barco es muy recomendable. Ves todo París desde el Sena. Pasando por las dos islas, la de la Cité y la de San Luis. Qué lindo! El paseo duró una hora. A la vuelta ya era de noche y se veía París iluminada. Y llegando, otra vez me paralicé con la torre. Tuve que parar de sacarle fotos porque ya no daba para más. Volví en el metro como siempre hasta Republique, comí un rico pollo con arroz silvestre que había preparado Lisandro y preparé mis cosas. Mañana tren a Niza 7.45hs.