Todavía no había subido a la torre ni la había visto de noche. Todavía no había visitado el Louvre. Para comenzar el día me fui hasta el Pompidou. Subí hasta el restaurant por las escaleras mecánicas. Desde arriba del Pompidou hay una linda vista de París. Mi intención era preparar el Louvre mientras almorzaba en el restaurant, pero preferí bajar y sentarme frente al museo en la calle. Pedí la rueda de cuatro quesos con una copa de vino. Analicé la guía Michelin en lo que anunciaba del Louvre. Hice mis anotaciones y caminé hacia el Louvre. Antes de salir me divertí mirando a un nenito francés espantando a las miles de palomas que se juntan en el costado del Pompidou. Llegando al museo se largó a llover. Saqué mi paraguas regateado de cinco a tres euros y me cubrí de la lluvia. El Louvre es inmenso. Ya me di cuenta que prefiero los museos chicos, concentrados en algún tema. Los museos tan grandes ya me estresan desde el momento en que entro. Mapas, salas, pasillos, nombres, temas, colores. Intenté hacer un recorrido organizado pero no pude. No tengo buen sentido de la ubicación, así que me dejé llevar por donde fuera y cada tanto chequeaba con el mapa y preguntaba a los empleados del museo. Hice las cuatro masterpieces que me había señalado mi hermano. Primero llegué a la Gioconda, pasando por otras obras de pintores italianos como Rafael y Da Vinci. Alrededor de la Gioconda parecía estar la mitad de los asistentes al museo. Justo enfrente están las bodas de Caná de Veronese. Caminé para el otro lado de donde quería ir, por lo que tuve que volver andando para el mismo lado hasta llegar a la Victoria de la Samotracia. De allí era para ir hasta la Venus de Milo pero me fui para el otro lado. Pasé por la parte egipcia y musulmana, rápido hasta llegar a la piedra de Hamurabi. Miré la piedra, me acerqué a ver las inscripciones en ella talladas, y saque fotos algunas traducciones al francés. Esa piedra tan antigua regulaba el comercio, la agricultura y a la familia entre otras cosas. Volví hasta donde estaba la Victoria de Samotracia y bajé para ver la Venus de Milo, o la Afrodita de Milo como bien estaría dicho. Todo esto me llevó dos horas y media. Saliendo del museo descubrí la pirámide invertida. Me hizo acordar al libro Código Da Vinci. Necesitaba un descanso por lo que me senté en un café a comer un sándwiches y a tomar una cerveza, mirando hacia la calle, lógicamente. El hombre que había terminado de tomar su café y de fumar tres cigarrillos uno atrás de otro, se levantó rápidamente y paró una moto taxi. No las había visto nunca. Luego de ponerse el casco, una chaqueta especial y de guardar su maletín en un tambucho cual lancha de astillero, emprendieron viaje. Caminando por las Tullerías en dirección a la torre Eiffel me encontré a Rodrigo, amigo de Nicolas, a quien había visto la noche anterior en una fiesta. Él estaba yendo a ver la pirámide del Louvre. Lo acompañe para luego ir juntos hacia la torre. En la estación George V, allí justo donde está la sede de Louis Vuitton, Rodrigo esperó a Arthur, un amigo carioca que está en París estudiando francés. Juntos caminamos hacia la torre pero fui sólo yo quien la subió. Los chicos se fueron a comprar un vino y un sándwich y se sentaron en los campos de Mars. Yo hice una fila normal…no tardó tanto. Subí a la torre, saqué algunas fotos y volví a encontrarme con los chicos. Igual que el primer día, la torre vuelve a enamorarme. Caminaba mirando todo el tiempo hacia arriba. Y cuando dejaba de mirar o cuando caminaba y dejaba a la torre por detrás, me daba vuelta para volver a contemplarla. Caminamos en sentido contrario a los campos de Mars y cruzamos el Sena. Subimos unas escalinatas y sacamos más fotos. Allí mismo pusieron una pantalla gigante para ver los partidos del mundial. Pasaban Italia Paraguay. Estaba lleno de gente. Dejé a los chicos seguir caminando juntos y crucé el río otra vez para subir a los barquitos para dar un paseo por el río. Ya dentro del barco, antes de zarpar y aún siendo de día, las lucecitas de la torre comenzaron a piscar. El paseo en barco es muy recomendable. Ves todo París desde el Sena. Pasando por las dos islas, la de la Cité y la de San Luis. Qué lindo! El paseo duró una hora. A la vuelta ya era de noche y se veía París iluminada. Y llegando, otra vez me paralicé con la torre. Tuve que parar de sacarle fotos porque ya no daba para más. Volví en el metro como siempre hasta Republique, comí un rico pollo con arroz silvestre que había preparado Lisandro y preparé mis cosas. Mañana tren a Niza 7.45hs.
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