viernes, 14 de mayo de 2010

Harlem
















Finalmente fui al Met hoy martes. Llegué antes de las 11 de la mañana, justo antes de que saliera una visita guiada donde se mostrarían las masterpieces del museo. La guía, una madrileña muy agradable (madrileña por la cadencia de su hablar, no porque le haya preguntado), nos mostró en una hora las principales atracciones del museo. Un patio español, el piano más antiguo del mundo, una escultura romana, un lienzo de an Gogh, otro de Monet, un objeto africano entre otros. Cuando terminó la visita guiada, le pregunté qué me recomendaría ver del museo. Marcó en el mapa del museo los lugares que a su criterio debería visitar, que fueron justamente los que visité. Arte griego-romano, arte egipcio, arte chino y pintura y escultura europea del siglo XIX y XX y pinturas europeas más antiguas así como también la muestra itinerante de Picasso. Como le comenté que iría luego a Europa, me dijo que pinturas europeas lo deje más para el Prado. Pero igual yo di una vuelta. Creo que lo que más me gusta de los museos son las pinturas. Me divierte, me gusta, me eleva el hecho de ver que hay en los lienzos, los colores, las figuras, lo que ellas representan, lo que quiso representar el autor, la época en que fue pintado, las razones, el contexto histórico…me gusta. Después de ir a algunos museos, cuando entro en alguna sala y miro los cuadros en ella exhibidos, ya hasta acierto quienes son los autores. Ja! Las salas de arte romano y griego muy interesantes así como las egipcias también. De la muestra de Picasso fui a ver sólo dos cuadros que me recomendó María, la guía madrileña. El primero es el Retrato de Gertrude Stein, una señora que le compraba muchas pinturas a Picasso y de quien él se hizo muy amigo. Gertrude recomendó a Picasso a varios coleccionistas ayudándolo a que su fama fuera aún mayor. Picasso había quedado cautivado por la expresión del rostro de Gertrude. Parece una mujer un poco rústica, fíjense en la manera de vestir y en la expresión de su cara. El otro recomendado fue Los Mosqueteros. Salí del Met hacía mucho frío, caminé hasta la Lexington Av. y entré en bolichito de venta de comida china, que son los más baratos y abundantes y es comida comida. Pollo, arroz y verdura con una coca light. Mientras comía abrí mi mapa que ya está partido en varias partes. Tomé nuevamente la línea verde y bajé en la 125 St. Harlem. Abrí bien los ojos y miré para todos lados. Creo que el noventa y cinco por ciento de la población del Harlem es negra. No pensé que fuera tan así. Y también muchos latinos. Caminé por algunas calles aledañas y vi todo muy tranquilo. De repente noté que me estaba alejando demasiado del área más transitada. Silencio. Mejor vuelvo. En la mayoría de las caras de las personas que por allí caminaba, noté disgusto. Caras muy rígidas. Miradas angulares. Mejillas duras. Cejas que caen y aplastan los ojos y ensanchan la nariz. En una esquina observé como aquellos que juntan botellas de vidrio y latas de bebidas, canjean su trabajo por algunas monedas en una máquina automática. Es increíble cómo un país puede organizar hasta el método de la pobreza. En este barrio se encuentran placas inscriptas en las paredes de los edificios que anuncian “New York City Housing Authority”, pues en estos edificios viven personas que el gobierno de la ciudad ayuda. Al costado del Harlem se sitúa “El Barrio”. Le pregunté a un transeúnte el por qué del nombre, cuya respuesta no hizo más que confirmar mi hipótesis. En El Barrio viven muchos hispanos, me dijo. Suficiente. Creo que la gente notaba que yo estaba observando demasiado. Esto hizo que yo me colocara un poco más tenso y creo yo, que también ellos lo notaran también, razón por la cual traté de relajarme mientras me acercaba al metro para volver al hotel.

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