miércoles, 26 de mayo de 2010

Tánger, Marruecos.










































































































Hoy decidí ir a Tanger en Marruecos. Me levanté y cargué la batería de la cámara de fotos mientras desayunaba. Fui hasta el puerto que queda sólo a dos cuadras del hostel, compré el pasaje en ferry y crucé el estrecho de Gibraltar. Como fue un día un poco nublado, no pude ver la costa de África ni el Peñón, pero en días más claros esto es posible. Llegué al puerto de Tánger y bajando las escaleras me abordó Mohamed Mustafá, un hombre moreno de 45 años. Me asustó diciéndome que la ciudad era un poco peligrosa, que no es aconsejable que un turista vaya sólo andando por Tánger. Me pidió diez euros y acepté que me acompañara. Lo bien que hice. Lunes es día de feria en Tánger, entramos en la Medina que es el casco antiguo de la ciudad. Pasamos por una feria de pescado fresco, otra de frutas donde también se vendían varias cosas, entre ellas gallinas vivas que son escogidas y degolladas en el momento. Pasamos por un tipo de registro civil donde la gente iba a casarse y a divorciarse. Mohamed me comentó sobre la forma de gobierno en Marruecos, pues yo le pregunté. Es una monarquía, todo lo decide el rey. Me contaba que no hay muchas industrias en el país y que existe mucho tráfico, tanto de mercadería legal como ilegal. Me contaba que en Marruecos se vive muy mal, hablaba refiriéndose a los ricos y a los pobres. Me mostró un certificado donde consta que el hijo necesitaba unas medicinas porque se había enfermado, me hablaba de la pérdida de su padre hace dos meses, me decía que la vida era muy dura en Marruecos. Después de tanto lamento me di cuenta que me estaba haciendo el trabajo psicológico para sacarme más dinero. A veces era muy amable pero a veces le saltaba la ficha. Entramos en una habitación donde se cocinaban una especie de tortilla grande hecha de maíz y maní. Caminamos por las callecitas estrechas del barrio hasta llegar a la 677 252399 parte más elevada que se llama Kasbah desde donde se puede ver el océano Atlántico y el mar Mediterráneo al mismo tiempo. Bajando compramos una masa tipo panqueque que contenía queso y huevo duro. Fuimos a una plaza donde había un bar y pedimos un té de menta, bebida típica de aquí. Luego pasamos por una tienda de alfombras y telas y el dueño me puso un turbante. Y también un traje típico marroquí. Comenzó a explicarme las diferencias de las telas, como estaban tejidas, el significado de los diseños. Me convidó con un té de menta que fue a pedir por allí, té que nunca llegó, mientras él me explicaba y me comentaba precios. Le dije que muchas gracias por las explicaciones pero que no iría a comprar nada. Un poco se ofendió porque según él, sólo quería explicarme sobre la culture de los pueblos nómades del Sahara. Le pregunté por el precio de una tela y me dijo que salía 90 euros. Más tarde cuando ya me decidí a abandonar la tienda, me dijo que me la vendía por 5 euros. In the night! El paseo continuó en una herboristería. Miles de especias y plantas exhibidas en frascos, ricos perfumes y todo tipo de elementos conformaban esa humilde tienda. Entre las cosas que me mostró el vendedor había una crema para curar herpes que decidí comprar. A ver si se curan más rápido con las medicinas alternativas!! Luego caminamos por el centro de la ciudad hacia la mezquita. No se puede entrar en las mezquitas a no ser que seas del Islam. Tomamos un taxi para ir hacia las afueras de la ciudad a ver el palacio del rey, su residencia en Tánger. Pensé que iría a encontrarme con un placio antiguo tipo Real Alcázer, pero finalmente era un palacio moderno que no decía mucho. Había unos pobres camellos a un costado y decidí sacarme la foto africana. Dí una vueltita pequeña sobre él. Es interesante ver cómo el camello se agacha flexionando sus patas y manos y luego como se levanta. La vuelta fue en esos taxis ilegales, más grandes, donde a veces van quince personas juntas. Era como una camionetita chiquita, sucia, desordenada, con botellas de agua llenas y vacías y cortinitas rojas en las ventanas. El destino era un restaurante en la Medina para comer algo típico. Tomé una sopa de vegetales con fideos muy condimentada, una pastela de pollo con choclo, tagín de pollo y té de menta verde para finalizar. Allí conocí a una chica y un chico ingleses con quienes luego coincidimos en el ferry de vuelta. Mientras yo almorzaba, Mohamed se fue a la mezquita a rezar, ya que era la una de la tarde, hora de rezo. Un taxista que no podía dejar su taxi, colocó un tapete sobre el césped, se arrodilló mirando hacia la Meca y rezó sus oraciones. El día en Tánger ya estaba finalizado. Llegué al hostel y tato me estaba esperando con unas pechuguitas de pollo con tomate. Luego de comer fuimos al festival de cine africano. Vimos un corto y luego una película. Muy sencillo todo. No había muchos diálogos, pues las imágenes lo decían casi todo. La proyección se realizó en el castillo de Tarifa al aire libre. Había un vientito frío por lo que nos cubrimos con mantas que nos proporcionaron los organizadores. Vuelta del perro por el casco, café y a dormir.

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